En el cinefórum de la facultad de la semana pasada, vimos esta película, Los paraguas de Cherburgo, que descubrí hace poco (no es que yo sea ningún experto en cine ni nada de eso) y de la cual me enamoré inmediatamente de un modo preocupante. Mi amiga nº2/3, al ver mi adicción al colorido musical de Jacques Demy, me preguntó "por qué me gusta tanto esa mierda de película". La pregunta, como suelen hacer las preguntas, que son muy putas, me hizo pensar.
Mi amiga no ha visto la película, pero al ver lo pesado que era yo hablando de ella, supongo que no aguantó más. Y es que se ve desde fuera que hay algo terrorífico en el alma de esta película... Basta ver un cartel para decir "joé qué mariconada".
La cursilería, en efecto, rezuma del celuloide y empapa al inocente espectador que, anegado en almíbar, no ve el momento de aplicar lo aprendido en su cursillo de natación. Semejante cursilería invita a la huida. ¿Por qué, entonces, me gusta esta puta mariconada?
Los paraguas de Cherburgo es la primera (y probablemente única) película enteramente musical. Uséase, que no hay intermedios en que la gente, como si tal cosa, deja de canturrear para, más tarde, en un arranque de sentimentalismo, retomar la mandanga de la misma intempestiva manera. Y yo digo "reflexionemos". Yo digo "patatas fritas". Yo digo "¿no es más natural una película en la cual hasta los diálogos más banales son musicados que una en la cual se hace distingo de lo banal y de lo "romántico", de lo "sentimental"? Aquí se abre mi tesis (nanannnnn...)
Véanse aquí los hermosos créditos iniciales
Los productos enteramente románticos, cuando están bien hechos, son hermosos y puros, si bien es cierto que inevitablemente son cursis. Se puede desestructurar un musical, dividirlo, hacer que la parte no cantada sea banal y que la parte cantada sea profunda y hermosa. O bien todo lo contrario. En Cantando bajo la lluvia (Singing in the rain, 1952), para mí sin duda una de las super-mega-obras maestras del cine, además de paradigma de musical cinematográfico, mantiene un ritmo de comedia trepidante que alcanza sus cimas en los momentos cantados. Utiliza las canciones, por así decir, para extremar los sentimientos que están en el resto de la película, y alcanzar así una euforia tan bella como insólita (a pesar de haberse intentado reproducir en otros títulos). Abajo, uno de los más geniales ejemplos:
Los paraguas... no es ni muchísimo menos tan jovial. En realidad es trágica, culebrónica incluso si se quiere. Pero en su continuidad hay algo extremadamente coherente como lo hay en el sentimiento conductor de Cantando bajo la lluvia.
Jacques Demy habla de su película como un film "en chanté" (en cantado) porque ese es su formato. Del mismo modo que el film Cyrano de Bergerac (1990) se basa íntegramente en un código de rimas, Los paraguas... está hecha en código musical. Tiene un guión normal, prosaico aunque romántico, al que puso música el que probablemente sea el Gran compositor de bandas sonoras francesas, Michel Legrand. Los actores trabajan como siempre (sin cantar), salvo que hacen (mediante concienzudos ensayos previos) playback al hablar con la música que los cantantes han grabado.
Me explico: ninguno de los actores canta, en realidad, porque son actores, no cantantes. En su lugar, se dedican a actuar haciendo que parezca que cantan.
El cine alcanza en el musical su máxima categoría de mentira embellecida.
Y en esta película, su máxima categoría de mentira dentro de la mentira.
La música es extraordinaria, las interpretaciones magníficas, Catherine Deneuve está para comérsela y los colores son preciosos.
¿Qué más queremos de una mentira, además de que sea hermosa?