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Las revoluciones se producen en los callejones sin salida.
Bertolt Brecht
Esta es una anécdota cercana, que podría protagonizar cualquiera. Pero no un cualquiera cualquiera, sino más bien Cualquiera. Hablamos de un cualquiera parecido a todos nosotros, pero a la vez, tan especial, que se hace merecedor de una C mayúscula. Es un cualquiera de género masculino, homosexual, bajito, bien parecido y con una sonrisa contagiosa. Una de esas personas capaces de amar con tanta fuerza, que corren peligro de hacerse daño. Y que a menudo se lo hacen. Llamaremos a Cualquiera, para señalar más aún su excepcionalidad, con el peculiar nombre de Neftalí, que perteneció también a un famoso poeta hispanoamericano. Es un nombre hebreo que significa “lucha”, y es esta una palabra que define tan bien la vida de nuestro protagonista como la de cualquiera, pero especialmente son estos Cualquieras con mayúscula los que más tienen que luchar, porque sienten el doble que los demás, aman el doble, y por lo tanto, sufren el doble.
La historia podría estar teniendo lugar ahora, podría haber ocurrido ya o estar a punto de ocurrir. Tiene lugar en nuestros días. O mejor, en nuestras noches. Neftalí camina por una calle del centro de una ciudad cualquiera, una noche cualquiera. “Pongamos que hablo de Madrid”, como cantaba un cualquiera famoso, aunque sólo sea por puntualizar. Camina y observa, a izquierda y derecha, rostros, cuerpos, actitudes. Está preocupado. La situación es la siguiente: Neftalí acaba de darse cuenta de que se ha dejado las llaves dentro de casa. Podría llamar a su compañera de piso, pero da la casualidad de que ésta se encuentra fuera de la ciudad. Además, tampoco dispone teléfono ni de dinero suficiente para realizar una llamada. Una de las cosas que más le preocupan es que su perro, que se llama igual que un conocido dramaturgo alemán, es un animal bastante nervioso; en colaboración con su gata, homónima de una célebre actriz española, podría poner el piso patas arriba. Y además está el problema de dónde dormir. Sus amigos le acaban de ofrecer cama, pero él, en un arranque de independentismo, ha declinado la oferta alegando disponer ya de una cama en casa de su madre donde pasar la noche. Obviamente, ha mentido. La verdad es que no tiene donde dormir. La verdad es que no hay ninguna cama en casa de su madre, un modestísimo pisito en el que cualquier invitado tendría que dormir de pie.
Ahora se pregunta por qué ha declinado la amable ayuda de sus amigos, “¿cómo he podido ser tan orgulloso?¿Por qué tengo que intentar demostrarme a mí mismo continuamente que puedo hacerlo todo solo, cuando es evidente que en algunas situaciones es imposible salir bien parado sin ayuda? ”, y sigue observando a los viandantes. Muchas camisetas a rayas, muchos flequillos cortados a medida, mucha ropa de diseño. Gente triste que finge estar alegre. Gente que está alegre porque está borracha, y gente que está alegre porque está con sus amigos. No como Neftalí, que está absoluta, irremediablemente solo. Se enciende un cigarrillo y sigue caminando. ¿Hacia dónde camina? ¡Qué más da! Lo importante es que se le ocurra algo, y rápido.
Son las cuatro de la madrugada. Quedan apenas seis horas para que amanezca y la compañera de piso regrese a la ciudad. Sólo seis horas de estricta supervivencia. Lo demás, si me permiten la impresión, carece de importancia.