05 mayo, 2006

ATRAPADO EN LA ROTONDA


Subí la cuesta. LLegué a la rotonda. El funcionamiento de las rotondas es bastante sencillo. Pongamos que hay cinco pasos de cebra con semáforo en toda la rotonda. Pues bien, cuando uno está en verde, los inmediatamente adyacentes están en rojo, y viceversa, cuando uno está en rojo... Bueno, ya me entendeis. Esto no es problema a menos que seas un cruzador compulsivo de pasos de cebra como yo. En ese caso, el encontrarte con un semáforo en rojo te producirá un ataque de ansiedad con temblores bipolares y síndrome de Honderhöhensteinberg, que consiste en una necesidad irremediable de rascarte la ceja con el codo. Así que, ante un semáforo en rojo, me di la vuelta para cruzar por el siguiente que, lógicamente, estaba en verde. Total, es una rotonda, pensé, así que cruce por donde cruce, acabaré llegando a mi casa. Pero no. Al cruzar el semáforo en verde, me encontré con que el siguiente estaba en rojo, lo cual psicológicamente se traduce en un sentimiento de frustración mezclado con amplias dosis de melancolía erótica. Y volví a cruzar el semáforo en verde para encontrarme de nuevo con otro semáforo en rojo. El resultado era... ninguno. LLevaba tres minutos de un lado para otro, sin moverme del sitio. Sumergido en el complejo de bola de pinball, marché cabizbajo atravesando semáforos en rojo y en verde indistintamente, porque, al fin y al cabo, no pasaba ningún coche. Y salí de esa estúpida rotonda con la sensación de haberme comido un gigantesco donut.

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