14 septiembre, 2008


No sé si empezar a hablar o callarme.

Ups. Tarde.

Me fastidia la gente que habla sin decir nada, "hablar al pedo", como dicen los argentinos.

Pero se me meten las historias en la tripa, y necesito vomitarlas para sentirme bien. No me gusta hablar demasiado, pero necesito sustituir con el sonido de mi voz ese otro sonido que me aprieta y que no me deja dormir. El sonido de otras voces más agudas.

Así que hablo para este aire quieto, poniéndolo en movimiento con el impulso de cada susurro.

Necesito contar la historia.

Es el cuento, popularmente conocido, de una chica pizpireta que en el fondo está harta de llorar de pena, y de su padre, el estafador más célebre en su campo.

Es la canción, famosa en otra época, silbada por todo tipo de labios en las calles y plazas cercanas y remotas, que habla del chico que vivía siempre abrazado a alguien, y de ese alguien corriendo arriba y abajo (y arriba otra vez).

Es un minucioso estudio acerca de las ramificaciones nacidas del odio y la frialdad de un robot que parecía una persona que parecía un robot.

Las palabras no son estas.
Son otras, pero quieren decir lo mismo, quieren contar la anécdota de los mendigos que le pusieron la zancadilla a un gigante.

El gigante eres tú, y soy yo.

1 comentario:

Calpurnia dijo...

sr yepe, ese video me suena ;)
que peaso de cansion!