El otro día, convencido e invitado por un amigo cuyo nombre permanecerá en el anonimato por no querer hacer perjuicio a su honor, fui a ver esta película. No se dejen engañar por su aspecto, no es una película corriente; se trata de la peor película jamás proyectada en una pantalla de cine... O por lo menos la peor que haya visto yo.
Da pena y rabia ver en una película de tan baja estofa a gente talentosa como Mariano Peña o Loles León. Aparecen como secundarios, apoyando el trabajo de actores principales enjundiosos, como Alberto Amarilla, así como de otros tan malos que casi se merecen un guión como este. Sorprendente resulta el concepto de interpretación de un individuo llamado Mario Casas, supuesto guaperas del momento, que se dedica, aparentemente, a contar baldosas y contener pedos mientras el amor de su vida se le está declarando. Un ejemplo de como quitarle aún más la gracia a una cosa que ya de por sí no tiene gracia ninguna.
La película se basa en el insulto sistemático de la cultura española, diciendo poco menos que somos una panda de paletos ridículos a los que Europa nos viene grande, y señalando el carácter nacional como dicharachero y entrañable, aunque torpe. A una heroína guapa e insulsa (la tal Amaia Salamanca) hay que sumarle un héroe directamente aborrecible (el susodicho Mario Casas) y una galería de personajes principales tan dietéticos y estereotipados que no harían gracia ni a un fan de las películas de Chevy Chase. Nada se sostiene en esta película: ni los chistes facilísimos, ni las secuencias "musicales" de imitación a las peores teleseries juveniles norteamericanas, ni el concepto en sí de hacer un American Pie (película infinitamente mejor, que ya es decir) a la española. Ahora que la he visto, debo decirlo. Es fundamental que este producto no resulte rentable para que no tenga descendencia: la mala imitación de lo malo es ya tan pésima que no engaña a nadie: corran la voz. Cierren los ojos. Salven la vida.