Mientras mira por encima de su espalda, piensa si habrá otra forma de la nostalgia. Juguetes antiguos, juguetes rotos, tiempos pasados que se hacen presentes a fuerza de olvidar futuros. La sensación es siempre la misma, primero el sabor de boca a pan duro, el olor a hoja seca, la sonata de violonchelo dentro de la cabeza como si todas las cosas fueran forzosamente tristes, inevitablemente inevitables y cayeran dentro del mismo saco roto, saco descosido, fondo de una taza sucia de posos repetidos.
Las noches se ven venir por fuerza, sólo por la necesidad de que sigan al día. Los días al mismo tiempo las siguen, empeñados en un círculo que sólo tiene sentido dentro del sinsentido habitual de lo absurdo. Y los disparos que lanza mi propia cabeza cuando vuelvo a escuchar los mismos discos de Yann Tiersen, o de los Beatles, o de Ray Charles, y a las películas de Woody Allen y a lo mismo lo mismo lo mismo de antes. He perdido el Norte de mi propio mapa, el Sur de mis deseos y el salvaje Oeste de mis miedos. Hoy sólo tengo hoy, sólo el momento del café caliente, no importa que se enfríe luego y un indiscutible juego sin ganadores que termina siempre igual que empezó y empieza cada vez como si fuera a terminar a la vuelta de la esquina, a la vuelta de la hoja, a la vuelta de tuerca y de tornillo hasta el fondo del pozo sin fondo que altera los esquemas de mi desestructuración. La libreta donde apunto mis pensamientos cada día está más vacía, ¿por qué será?
Y la libreta donde apunto mis vacíos cada día está más llena.
Y cada día tengo más yepes.
Y menos julepes.